Milei, el hombre que odia (y el peligro de seguir haciendo de cuenta que todo esto es normal)

Dentro de las anormalidades tomadas como normales desde que Milei es Milei, aparecen periódicamente episodios en los que el Presidente entra en crisis a la vista de todos.
Son momentos que se hicieron célebres durante la campaña de 2023 y que retornan con preocupante regularidad. En ellos se ve a un hombre sacado, inestable y virulento, que de pronto imita voces de supuestos enemigos con los que dialoga e insulta, mezclados con pasajes que lo muestran al borde de las lágrimas mientras se cubre de autoelogios.
47 insultos en un solo discurso. El último de estos episodios ocurrió el miércoles pasado durante un discurso en un evento llamado ExpoEfi 2025, con empresarios de sectores financieros y exportadores.
Frente a las cámaras, la audiencia parecía atenta y sonriente ante sus gestos y palabras. Aplaudía como si estuviera presenciando la clase magistral de un estadista. Luego las crónicas señalarían que en los pasillos a los empresarios no se los oía tan satisfechos, pero no fue eso lo que se veía en televisión cuando escuchaban la mayor catarata de groserías de todos los brotes protagonizados hasta ahora por el jefe de Estado.
Insultó 3 veces con “hijos de puta”, 1 vez dijo “la reputa madre que te parió zurdo de mierda”, 2 veces atacó con “mandriles”, 4 con “pelotudo/pelotudez”, mencionó 1 “boludo”, 4 “carajos”, 2 “imbécil”, 3 “estúpidos”, 1 “econochantas”, 1 “ensobrados”: 1 “sindigarcas”, 3 “cagar”, 7 “zurdo/comunista”, 6 “mierda”, 1 “fucking”, 2 “simios”, 2 “bestias”, 1 “pedo”, 1 “delincuente” y 1 “primate”.
Fueron 47 insultos en un solo discurso, todos dirigidos a personas que piensan distinto a él. Algunos de ellos son muy críticos con su gestión, pero muchos otros son economistas, empresarios, intelectuales, periodistas y medios que apenas señalan diferencias menores. Cualquier otra administración los consideraría aliados u oficialistas.
Hacer el ejercicio de volver a ver ese discurso en “mute” sirve para comprobar que no se trata solo de brotes verbales. Es su propia gestualidad, los movimientos acelerados y ampulosos de sus brazos, las extrañas muecas que salen de su rostro, lo que conforma un combo preocupante. Como esos líderes en blanco y negro de la Segunda Guerra Mundial que, más allá de lo que dijeran en sus idiomas, parecían fuera de sí cuando les hablaban a las masas.
Quizá eran producto de patologías similares. Se trataba de líderes que también habían sufrido violencia de niños y que, ya de grandes, la transformaron en una estrategia de la crueldad, funcional a las necesidades y angustias de ciertos sectores sociales.
En esos líderes, el odio era un relato explícito (no lograban ocultarlo, como lo pueden hacer psicologías más refinadas). Es el odio que Milei explicita ahora con su nuevo leitmotiv: “No odiamos lo suficiente a los periodistas”.
Los periodistas son enemigos clásicos de los personajes autoritarios de la historia contemporánea. Pero no son los únicos. Otros enemigos son los gays. Milei siempre demostró una obsesión con el tema, a través de metáforas y chistes que giran en torno a la homosexualidad.
En este evento lo volvió a hacer un par de veces. Una fue al mencionar la relación entre John Keynes y su amigo, el matemático Frank Ramsey: “Tenían una excelente relación, pero no en lo académico, jaja… extraacadémico. No sé por qué se ríen”.
La incitación al odio. Antes y después de su último brote, Milei venía instalando el mismo mensaje de odio hacia los periodistas. Lo que fue justificado por el amplio aparato de medios y trolls oficialistas y silenciado por los políticos exrepublicanos que hasta ayer se rasgaban las vestiduras y hoy hacen de cuenta que los aprietes no existen.
Todos ellos repiten como cierto el relato de que los periodistas críticos lo son porque el Gobierno dejó de distribuir publicidad oficial. Cuando la verdad es que lo sigue haciendo a través de YPF y otras empresas estatales, hacia comunicadores y medios adeptos.
Como lo hacía el kirchneismo, pero con más dinero.
Dicen que el odio es la venganza de los cobardes cuando se sienten intimidados (Martin Luther King sostenía que “nada envilece más a un hombre que el permitirse caer tan bajo como para odiar a otro”).
Milei no comprende que confesar abiertamente su odio a los periodistas, a los economistas o a quien no piense como él lo muestra débil, sumido en bajos instintos. A diferencia de los líderes empoderados, capacesde ejercer magnanimidad. Porque magnánimo no es el que quiere, sino el que tiene el poder suficiente para ser, o parecer, altruista.
Además de una debilidad política, odiar e incitar al odio es un delito. Cuando Milei dice: “No odiamos lo suficiente a los periodistas” y “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”, no solo se incluye entre los odiadores sino que incita a la gente a que los odie más de lo que supuestamente lo hacen, según él.
Tal incitación al odio se encuadraría en los alcances del artículo 3° de la Ley 23.592, que contempla prisión de un mes a tres años para “quienes por cualquier medio alentaren o incitaren a la persecución o el odio contra una persona o grupos de personas”.
Los riesgos de la complicidad. Detrás de Milei llegó el pedido del Gordo Dan(por un tuit suyo, esta semana echaron al titular del PAMI en Junín) para que el Gobierno empiece a encarcelar periodistas, y el ataque del ministro Luis Caputo augurando la desaparición del periodismo.
Por su parte, Santiago Caputo, el hombre que maneja a los espías de la SIDE y a los inspectores de la ex-AFIP, escribió a través de la cuenta que no desmiente como propia: “No odiamos suficientemente a los ‘periodistas’. Todavía.”, tratándolos como “enfermos mentales” y “ratas”. Dos días después, el último martes, encaró a un fotógrafo que lo retrataba al ingresar al debate de los candidatos porteños, y le tomó una foto a la identificación del reportero gráfico.
Así como la bondad derrama hacia la sociedad, el odio lo hace en sentido contrario. Y el odio de Milei, ahora explícito, lamentablemente derramará y no solo en la dirección que él pretendería.
Una vez lanzada, la campaña del odio es inmanejable. Difícil que vaya a haber beneficiados.
Un mandatario debería saber que un país partido por el odio, además de ser invivible, genera desconfianza y repele las inversiones de largo plazo.
Los que aplauden los brotes de ira del Presidente también deberían saberlo: directa o indirectamente, serán víctimas de tal anormalidad.
Un párrafo aparte para las empresas de medios, que hoy atraviesan una responsabilidad ineludible.
Son sus periodistas más representativos los que fueron puestos en la mira por Milei, con insultos que no se le hubieran permitido a ningún otro presidente.
Que esos medios sigan guardando silencio frente a los ataques permanentes debilita a los periodistas. Sin un respaldo explícito y contundente de las empresas, el Gobierno seguirá avanzando sobre ellos.
El pasado argentino está plagado de silencios trágicos. Cuando se naturaliza lo que no es natural, las consecuencias no tardan en aparecer.
Puede que la complicidad arroje beneficios coyunturales o puede que el miedo paralice el sentido crítico. Sucedió durante la dictadura y, en otras escalas, con el menemismo y el kirchnerismo. Pero el oportunismo cómplice siempre termina mal. Para los cómplices y para el resto.
Cuando Javier Milei dice “no odiamos lo suficiente a los periodistas”, lo que en verdad está diciendo es: “No odiamos lo suficiente”.
Porque el que odia no mide su odio.
Simplemente odia, sin límites.
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