Reimaginando la ayuda al desarrollo en una era de riesgos

Los desafíos a los que se enfrenta el desarrollo mundial en la actualidad no solo son más complejos, sino también más urgentes. Y sin embargo, los recursos disponibles para abordarlos son insuficientes. Los países más pobres del mundo deben lidiar con un déficit de financiación de entre 246.000 y 285.000 millones de dólares anuales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En 2024, la ayuda mundial para el desarrollo se redujo aproximadamente un 7% en términos reales respecto de 2023, situándose en 212.100 millones de dólares. Los números sencillamente no cuadran. Y nunca lo harán si seguimos considerando las finanzas públicas como la respuesta definitiva y no como el punto de partida.
Eso hace que sea imperativo responder a esta pregunta: ¿nos estamos quedando sin opciones? La respuesta es no.
El sistema financiero mundial dispone de más de 482 billones de dólares en activos. Sin embargo, solo alrededor del 4% de esa cifra llega a los países de ingresos bajos y medios. Y menos del 1% de la financiación privada para inversiones relacionadas con el clima y los ODS ha sido movilizado por la asistencia oficial para el desarrollo. No se trata de una crisis de capital, sino de la falta de conexión de ese capital con las personas y los lugares que más lo necesitan.
A menudo el problema subyacente es el riesgo. Los inversores se enfrentan a obstáculos, como la volatilidad de las monedas, las regulaciones inciertas, los mercados poco desarrollados o flujos limitados. Se trata de desafíos reales, pero tienen solución. Exigen un enfoque diferente, en el que la financiación pública desempeñe un papel catalizador.
En Tanzania, 1 millón de dólares de financiación pública permitió el lanzamiento de un bono verde de 21 millones de dólares, que proporcionará agua potable a casi medio millón de personas, y conectará por primera vez a más de 26.000 personas al suministro de agua .
El sistema financiero mundial dispone de más de 482 billones de dólares en activos. Sin embargo, solo alrededor del 4% de esa cifra llega a los países de ingreso bajo y mediano
En Kenia, una iniciativa de financiación mixta apoya a pequeños agricultores en el almacenamiento frigorífico con energía solar. En esta iniciativa, el Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo de la Capitalización (UNCFD, por sus siglas en inglés) está implementando financiación mixta catalizadora con préstamos en condiciones favorables, garantías y subvenciones basadas en el rendimiento, para reducir el riesgo de la inversión. A su vez, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lidera el apoyo técnico, la capacitación y la participación en la formulación de políticas. El programa ha atraído más del doble de su objetivo inicial en capital privado, beneficiando a 60.000 agricultores y creando más de 1.200 empleos.
En Papúa Nueva Guinea, una garantía de un millón de dólares con un banco local está facilitando el acceso al crédito a pequeñas empresas a cargo de mujeres que protegen los corales de las economías costeras, sectores ignorados durante mucho tiempo por las finanzas tradicionales. Mientras que el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo del Capital (UNCDF, por sus siglas en inglés) reduce los riesgos de los préstamos mediante un mecanismo de financiación mixta, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presta apoyo técnico para crear capacidad y fortalecer la habilidad del banco para atender a las microempresas y a las pequeñas y medianas empresas del sector marino.
Estos ejemplos no son éxitos aislados. Son señales de un cambio más amplio: el uso estratégico de la financiación pública puede aportar mucho más que su valor nominal. Puede generar confianza, puede crear mercados y, en última instancia, puede aumentar la resiliencia.
Seamos claros: no se trata de sustituir la ayuda tradicional, sino de hacerla evolucionar, manteniendo su finalidad principal y mientras se moviliza el capital nacional y se atrae financiación privada, aumentando drásticamente su impacto para lograr un cambio duradero.
Cuando los recursos públicos se utilizan solo para financiar la ejecución de la ayuda, esta carece de fuerza suficiente: su impacto termina cuando lo hace la financiación. En cambio, cuando estos recursos se utilizan para desbloquear inversiones, los resultados se multiplican y perduran.
Para aumentar el alcance de esta transformación, se necesitan tres elementos. En primer lugar, para que las instituciones de desarrollo fortalezcan su papel como facilitadoras del mercado, deben invertir en conocimientos sobre gestión de riesgo, estructuración de operaciones e innovación financiera.
En segundo lugar, los donantes deben tener en cuenta otros parámetros de éxito, no solo la cantidad desembolsada, sino el efecto multiplicador en la movilización de capital adicional por cada dólar invertido.
En tercer lugar, los países en desarrollo deben recibir apoyo para crear ecosistemas financieros nacionales más sólidos, de modo que las inversiones puedan fluir más fácilmente hacia sectores como los de la energía limpia, la agricultura sostenible y las pequeñas empresas.
Ha llegado el momento de actuar, y la próxima Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, en Sevilla, constituye una oportunidad crucial para acelerar esta transición.
Las necesidades de financiación para el clima están aumentando considerablemente. Las dificultades para pagar la deuda son cada vez mayores. Y demasiados países siguen sin tener acceso a los mercados mundiales de capital. Las naciones más pobres y frágiles son también los que tienen menos opciones. No pueden esperar a que llegue el capital a cuentagotas. Hay que guiarlo, apoyarlo y eliminar su riesgo.
El futuro reside en la utilización de la financiación para el desarrollo como catalizador para que cada dólar público rinda exponencialmente más. En un mundo de recursos limitados y retos urgentes, no nos podemos permitir otra cosa.
EL PAÍS