Desde la posibilidad de volar de EEUU a Europa en menos de lo que Alcaraz tarda en ganar Roland Garros a Elon Musk, que como se ponga tonto, China le quita el espacio

La industria aeroespacial está siendo sacudida por nuevas empresas que amenazan a los líderes tradicionales. Con Boeing flirteando con el colapso -o con un rescate de EEUU, que no va a permitir que una empresa clave para la defensa del país se hunda-, SpaceX dominando en vuelos espaciales y Blue Origin, de Jeff Bezos, tratando de entrar en ese mercado, esta semana apareció un nuevo actor: Boom, una startup que aspira a colocar su avión de pasajeros supersónico XB-1 en el mercado en cuatro años. El XB-1, que rompió la barrera del sonido por primera vez el martes, recuerda al Concorde, un proyecto francobritánico que voló durante casi tres décadas pero que nunca fue comercialmente viable. Aunque muchos creen que el XB-1 no llegará a ser fabricado en serio, sus defensores defienden que Boom tiene un as en la manga: el interés de Donald Trump por todo lo que sean proyectos espectaculares (o, para sus críticos, estrafalarios) que den bien en pantalla.
La industria de defensa de Europa no solo va por detrás de EEUU: también de AsiaEn diez días comienza, "con grande alboroto de pitos y timbales" (la cita es de Cien años de soledad), la cumbre de la OTAN de La Haya, en la que se anunciará la subida del gasto de defensa al 3,5% del PIB en 2032. Pero, pese a las proclamas, el rearme europeo parece estar inspirado en la frase de uno de los artífices de la Transición española, Pío Cabanillas: "Es urgente esperar". En aquel contexto funcionaba; en este, no está tan claro. Japón está evaluando salirse del proyecto GCAP para desarrollar con Reino Unido e Italia un sofisticado cazabombardero, debido a lo que considera "falta de interés" de sus socios. Indonesia estudia comprar cazas chinos J-10 en lugar de ampliar su flota de Rafale franceses. Y Corea del Sur ya tiene una muy potente industria de defensa, con la que provee de tanques a Polonia y prepara la entrada en servicio de un avión invisible al radar, cosa que Europa no tendrá, como pronto, hasta 2035.
Si Elon Musk se pone tonto, el espacio es de ChinaEl divorcio entre Donald Trump y Elon Musk ha terminado, por ahora, en una tregua inestable, dada la personalidad de los dos contendientes. Aunque existe un consenso unánime en que, en la bronca entre el hombre más rico del mundo y el presidente de EEUU, el primero llevaba todas las de perder (la experiencia china y rusa revela que, en la pelea entre un autócrata y un oligarca, siempre se impone el primero), la pelea podría haber sido terrible para los dos y para EEUU. Por poner un ejemplo, sin una de las empresas de Musk, SpaceX, EEUU queda relegado a un muy distante segundo lugar, tras China, en la carrera espacial, lo que, además, implicaría una total dependencia de la Estación Espacial Internacional (ISS) para ser abastecida. A su vez, sin SpaceX no hay red de comunicaciones Starlink y, sin Starlink, gran parte de las Fuerzas Armadas de EEUU sufrirían un tremendo recorte para su capacidad para comunicarse.

La próxima vez que compre un producto de belleza de Estée Lauder piense que Trump quiere hacer eso - comprar - pero con Groenlandia, gracias a que Ron Lauder, el hijo de la fundadora del gigante de la cosmética, le metió la idea en la cabeza en 2017. Según la Asociación de Subastadores de Estados Unidos, Groenlandia vale, por sus recursos naturales, unos 175.000 millones de euros, pero, por su posición estratégica, 2,5 billones. Para desgracia de Lauder y Trump (cuyas fortunas, combinadas, rondan los 10.000 millones) la isla quiere aprovechar su riqueza con la ayuda de la UE, no de EEUU. La ministra de Exteriores groenlandesa, Vivian Motzfeldt, ha declarado que la isla quiere desarrollar de manera "bilateral" con la UE la explotación de sus minerales, y ya ha concedido una licencia de 30 años a un consorcio franco-danés para la explotación de anortosita, un mineral que en el futuro podría ser una alternativa sostenible al aluminio.

La guerra comercial de Donald Trump ha tenido, por ahora, un gran beneficiario: los miembros del Congreso de Estados Unidos. En abril, el mes en el que el presidente estadounisense lanzó su "baile" arancelario, el número de operaciones en Bolsa de los representantes y senadores se duplicó, según un estudio publicado por el Wall Street Journal. Lo mismo había pasado en enero, cuando la especulación acerca de las políticas del nuevo presidente llevó a los legisladores a entrar y salir en Bolsa como locos, probablemente usando información privilegiada. Un detalle hermoso en esta época de polarización: todos -demócratas y republicanos, "trumpistas" y moderados-, participaron con igual entusiasmo en la bacanal bursátil arancelaria. Dado que la "tregua" de la guerra arancelaria se acaba el 8 de julio y que Estados Unidos solo ha logrado una cuerdo - con el Reino Unido -, es posible que el mes que viene sea otro festival inversor para los congresistas.

La venta -obligada por las presiones del Gobierno de Donald Trump- por la empresa china CK Hutchinson de la gestión de dos puertos en el Canal de Panamá al fondo estadounidense BlackRock tal vez haya calmado a Trump, que estaba obsesionado con que esa empresa abandonara esos activos, que gestiona desde 1997. Pero a las navieras del mundo les ha preocupado. La razón es que el socio minoritario de BlackRock es la empresa especializada en gestión de puertos TIL, que a su vez es propiedad de la empresa franco-suiza MSC, la mayor naviera del mundo, que en España controla Renfe Mercancías. Precisamente, ese es el temor de las demás grandes navieras del mundo, como Maersk, CCG CCM, COSCO, etcétera: que TIL dé prioridad a su matriz en detrimento de ellas en una vía de agua famosa por sus atascos. Las grandes empresas de transporte marítimo parecen fiarse más de los chinos de CK Hutchinson que de los franceses y suizos de TIL.
elmundo