Arquitectos del caos

Los medios de comunicación ya hace unos días que tienen a sus principales gurús de vacaciones, y la tensión ha bajado, lo que constata, a diferencia de lo que se respiraba hace pocas semanas, que no se acababa el mundo. Y es que, quizás, lo que algunos promovían con tanta crispación era básicamente un gobierno renovado en España antes de agosto.
No se salieron con la suya, de nuevo tropezando con un resistente (aunque sin duda erosionado) Pedro Sánchez. Pero esa renovada “brunete mediática” (que un día señaló Felipe González y con la que hoy compinchea el expresidente) es sin duda parte destacada de los “arquitectos del caos” de los que este fin de semana ha advertido el president Puigdemont.
No dejan gobernar a Sánchez tranquilo, pero a Puigdemont no le dejan volverEn una primera lectura, el líder juntaire se refería a partidos extremos que ofrecen soluciones simples (y falsas) a los grandes problemas. No los nombró, pero ahí los periodistas que cubrían el acto identificaron a Podemos, la CUP, Vox y Aliança Catalana. Aun así, el dardo del expresident iba más allá.
Y es que, arquitectos del caos, agitadores o crispadores, los hay políticos, pero también mediáticos, judiciales y policiales. Y los hay, sin duda, político-mediático-judicial-policiales, como muchas de las ofensivas de los últimos meses, que han aunado esfuerzos, como en aquellos tiempos en que Felipe sufría campañas en contra (antes de compartirlas contra Sánchez), para remover los cimientos del Estado y provocar un cambio de gobierno.
Pero ahora los señala bien Puigdemont, a ellos y a su proceder, porque mucho antes de que los sufriera Sánchez, los sufrió el independentismo catalán. Y el president, muy especialmente, aún los sufre sin poder volver a su país, que es mucho peor que el hecho de que no te dejen gobernarlo con una mínima calma, como le pasa al actual inquilino de la Moncloa.
Porque lo que se vive desde hace años no es una guerra de ideas, sino una batalla cultural, institucional y emocional en la que algunos tienen licencia para incendiarlo todo sin pagar el coste de lo arrasado. Esa impunidad transversal, que lo mismo se cobija en platós que en togas, ha erosionado el pacto democrático hasta volverlo irreconocible en según qué trincheras.
Se habla mucho de regeneración, pero pocos se atreven a preguntarse quiénes han sido realmente los degeneradores del sistema. Porque no se trata solo de quién gobierna, sino de quién marca los límites de lo gobernable. Y ahí es donde los arquitectos del caos construyen con precisión de orfebres, diseñando relatos, sembrando desconfianza, y alimentando la sensación de que todo lo público es fallido, inútil o corrupto. Y eso no se hace solo desde los hemiciclos.
Es una tragedia de nuestros tiempos, pero con resonancias a las de siempre, desde las griegas. Ahora, por ejemplo, con locutores disfrazados de dioses que juegan con los destinos de todos desde su Olimpo mediático. Y si en aquel entonces mitológico personajes como Ícaro caían por volar demasiado alto, ahora los hay que buscan con ahínco que sus odiados caigan lo suficiente para ellos emerger. No solo en la política.
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