Editorial. Entre Moscú y Washington: La Diagonal de los Locos

Francamente, no vemos qué podría salir mal. Por un lado, está Vladimir Putin : un hervidero de odio y furia contra Occidente en general y la Unión Europea en particular. Por ahora, está descargando su ira contra los ucranianos, a quienes ha subestimado en gran medida. Blandiendo el engaño y la navaja como nadie, el amo del Kremlin a menudo delega en sus secuaces el honor de iniciar un fuego diplomático. Esta vez, le tocó al muy celoso Dmitry Medvedev agitar la bandera roja de una posible guerra ante las narices del Tío Sam. Del otro lado de la mesa, el jugador número dos no necesita presentación. Es el inefable Donald Trump , el único amo del mundo después de Dios, cuyos arrebatos y obsesiones le sirven de línea política. Tras una guerra comercial con el resto del mundo y algunos tropiezos diplomáticos en Oriente Medio, el ocupante del Despacho Oval querría ganar el Premio Nobel de la Paz poniendo fin al conflicto ruso-ucraniano. Pero su política de conciliación con Putin es un callejón sin salida. El ruso está jugando con el estadounidense alternando la adulación con la indiferencia.

Donald Trump por fin ha descubierto este jueguecito. Y como no sabe de medias tintas, lanza un ultimátum a Moscú y envía submarinos para aumentar la presión. ¿Qué dice Europa de toda esta mezcolanza con consecuencias potencialmente nefastas? Nada. Absolutamente nada. Armados con sus sacrosantas regulaciones y su infalible buena conciencia, los Veintisiete observan cómo las grandes potencias se destrozan mutuamente sin fe ni ley. Paralizados por esta diagonal de locos. No, definitivamente no vemos qué podría salir mal cuando dos de las tres mayores potencias se desafían y se miran abiertamente. En cuanto a China, está contando los puntos y esperando el momento oportuno. Nada de locura.