Trump es un espía soviético
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Corren por las redes unos posts que aseguran que Donald Trump es un agente ruso, reclutado por la inteligencia soviética en la década de los ochenta, al que se le asignó el nombre clave de Krasnov y que sigue trabajando para favorecer los intereses rusos. Los soviéticos habrían seducido al empresario ofreciéndole jugosos negocios inmobiliarios en la URSS e incluyéndole en sus círculos más selectos hasta convencerle de incorporarse a sus filas. Una foto de 1987 que muestra a un Trump en sus cuarenta años en Leningrado, junto con su esposa de entonces, da cuenta de ello.
Esta verdad, supuestamente revelada por un antiguo oficial del KGB, tiene tan pocos visos de ser cierta como los cientos de bulos que se lanzan a diario para favorecer los intereses de la ultraderecha. Pero me ha hecho reír. Y pensar.
Ellos logran grabar imágenes en nuestra cabeza, crear enemigos, inventar soluciones. ¿Y nosotros?Si la historia hubiera sido lanzada por el otro bando de la posverdad, probablemente estaría circulando por internet a una velocidad de vértigo y con la potencia de una motosierra. En cambio, pese a ser digna de una trama de gran película de espías y ofrecer una explicación plausible a la pregunta “qué nos está pasando en Occidente”, la historia de Krasnov no acaba de despegar.
Estos últimos días, en que la ultraderecha está exhibiendo desinhibición y desparpajo a unos niveles que no somos capaces de recordar, proliferan los debates entre periodistas y políticos sobre cómo actuar ante el avance de los líderes populistas.
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Sus discursos consiguen ocupar nuestra atención a base de ingentes cantidades de dinero, algoritmos, ejércitos de bots, grandes campañas de marketing y una falta absoluta de escrúpulos. Enfrente, nuestra nebulosa de noticias y acciones a la defensiva, falta de organización y una inclinación cada vez más palpable a eludir las noticias para no deprimirnos. Ellos consiguen grabar imágenes en nuestra cabeza, crear enemigos, inventar soluciones. ¿Y nosotros?
Hay quien dice que no debemos responder con las mismas armas, quien aconseja plantar cara con todos nuestros recursos, quien recomienda no hablar tanto de ellos porque les estamos dando demasiado foco, quien cree que hay que centrarse en desmontar sus mentiras y dejarlos en evidencia, quien proclama que urge un relato potente, claro y alternativo, quien sugiere volver a hacer bandera de los derechos humanos y los principios básicos de la democracia. ¿Jugar bien aunque se pierda? ¿Todo vale para ganar? ¿Un poco de todo, en la justa medida? ¿Quién debe/puede organizar todo esto?
Como pueden imaginar, no tengo la respuesta. Pero aquí dejo este titular. Para que salga en las búsquedas de Google.
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