Unión Europea, proyecto único y novedoso que debe reinventarse

Se cumplió un nuevo aniversario de aquel 9 de mayo de 1950 cuando, mediante la "Declaración Schuman" comienza un proceso único, complejo y contradictorio en el mundo, de amplia y profunda influencia. Por esa manifestación política diplomática, que implicaba poner bajo una "autoridad común" un recurso estratégico (el carbón), dos países históricamente enemigos, Francia y Alemania, ponen punto final a sus conflictos y reconocen la necesidad del trabajo en común para bienestar de sus pueblos.
Con el nacimiento de la Comunidad Económica Europea, luego Unión Europea, aquella utopía de filósofos, políticos y literatos de un continente unido comienza a ser realidad, primero con un sentido económico para avanzar lentamente hasta un espacio comunitario de identidad social y política única.
Lo extraordinario del fenómeno, creemos, e s el reconocimiento que la fuerza y el nacionalismo exacerbado, desatados, sin ningún marco de contención, fue el causante del estado de situación miserable de la segunda posguerra mundial. La utopía/proyecto comenzó a ser realidad cuando se toma consciencia que las aspiraciones y necesidades de los pueblos y naciones no se resolvían satisfactoriamente en el estrecho marco de los estados nacionales.
Nace así un sujeto internacional sui generis, que no es un simple proceso de integración económica, una alianza militar, confederación o un superestado, es algo más y distinto, aunque tipológicamente podemos hablar de un ente supranacional o una unión económica.
Por ese "camino" de avances y retrocesos, la Europa de los seis se convirtió en la Europa de los veintisiete, con una estructura institucional única que contiene y equilibra el poder y las diferencias de todo tipo de sus miembros.
El éxito del proyecto permitió alcanzar un estado de bienestar y desarrollo excepcional, que proyectó a Europa como una "potencia" económica, cultural y normativa y un modelo a seguir en determinadas políticas públicas. Fue entonces que aparecieron esas rarezas como la moneda única, la ausencia de fronteras interiores, la ciudadanía europea, el derecho comunitario, etc. Fue ahí que para muchos el "pasaporte europeo" comenzó a ser una obsesión.
Pero hoy, como en aquella década del '50 del siglo XX en plena Guerra Fría, los condicionantes internos y externos constriñen y desafían el modelo europeo. Nuevamente, aparecen voces internas de discordia sobre el modelo institucional y cultural. ¿Los estados europeos están cabalmente representados en sus instituciones? ¿Cuánto de multiculturalismo puede soportar Europa sin diluir su esencia occidental y cristiana? ¿Cómo enfrentar un mundo dominado por el nacionalismo exacerbado y poderes amenazantes? ¿Cómo superar su declive tecnológico y competitivo a nivel internacional?
Europa ha dejado de ser un "faro" que miran políticos y estados y ciudadanos de a pie, como un ámbito de democracia y bienestar. Hoy las miradas se posan en líderes autoritarios y democracias limitadas (iliberales) que dan respuesta a los problemas sociales por otros métodos más expeditivos.
El viejo continente, de riquísima historia y cultura, que nunca tuvo una política exterior y de defensa común, debe tomar una decisión fundamental, decidirse a ser un jugador de la política internacional global, un tercer actor entre los grandes poderes que son los EE. UU y China/Rusia. Papel que durante décadas los europeos se negaron a aceptar, al amparo de su aliado norteamericano. La nueva Europa se debe reconciliar con el "poder".
Un nuevo protagonismo, pero distinto al de aquellas potencias europeas imperialistas del siglo XIX, una Unión Europea que proyecta su excepcionalidad.
En parte se han visto obligado a ello, por la invasión de Ucrania y la necesidad de invertir en defensa y la defección de su tradicional aliado por la política exterior de Trump.
Algunas políticas concretas para salir de esa asfixia existencial fueron dadas: mayor gasto en defensa y ampliación de la OTAN; acercamiento al conglomerado de países de Asia Central, precaución ante la iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda; el cambio de algunos países europeos a la postura contraria al acuerdo comercial con el Mercosur, la oferta de aranceles cero a los intercambios comerciales con Washington, etc. Pasos concretos, pero insuficientes.
El mundo ha cambiado radicalmente. La "gran república y democracia norteamericana" ya no es lo mismo y el consenso euroatlántico está deshecho; hay una poderosa seducción por las vías autoritarias y nacionalistas para resolver los problemas nacionales; China constituye una paradoja universal, con su extraordinario desarrollo económico y proyección internacional, bajo un régimen de partido único autoritario, cuando siempre se asoció democracia con desarrollo económico.
Por todo ello, la vieja/nueva Europa debe reinventarse, para volver a ser lo que pensaron desde Montesquieu, Voltaire, Víctor Hugo y sus padres fundadores, Schuman, Spinelli, Monnet, Adenauer, etc., no como utopía, sino como realidad concreta, consciente de la necesidad del "poder", renovada y aún vigente para beneficio del mundo.
* El autor es licenciado en relaciones internacionales.
losandes