No deje para mañana lo que puede hacer el bot

Ni siquiera había concluido la Segunda Guerra Mundial cuando los estadounidenses Warren McCulloch y Walter Pitts crearon el primer modelo matemático de una neurona artificial. Algo después, en 1950, Alan Turing propuso el test que lleva su nombre y que aparecerá en Blade Runner, una de las cumbres del cine de ciencia ficción. En 1956, durante la Conferencia de Dartmouth, como si de un concilio vaticano se tratase, se decretó oficialmente el nacimiento de la inteligencia artificial. Fue el científico John McCarthy (1927-2011) quien acuñó el término que desemboca en la secuencia actual compuesta por el tridente big data-deep learning-modelos fundacionales.
El paisaje cambia de aspecto de manera aún más acusada en noviembre de 2022. El lanzamiento de ChatGPT en su versión más comercial supone el pistoletazo de salida para los buscadores del nuevo oro digital. Surgen de inmediato otros generadores de texto, imágenes y audio y el consumidor se embarca en la enésima obsesión exploradora: hay que preguntarle a la máquina para maravillarse con sus respuestas, imaginando así un futuro completamente automatizado donde al ciudadano de cualquier país acaudalado sólo le quedará echarse a tomar el sol mientras los algoritmos se ocupan de todo y el Estado le paga una renta universal.
Digno de estudio, el caso de OpenAI merece un capítulo aparte. Tanto tracciona su chatbot que bajo su influjo se despliegan dos negocios descomunales. Uno es estrictamente interno y permite a la matriz explorar y diversificar. Conocida es la tentación de Sam Altman, el CEO, de crear una red social que se acople como una capa adicional a la interfaz de ChatGPT. También alrededor del dato (pues de ahí parte una cuota nada desdeñable del modelo de negocio) se despliegan sus más recientes proyectos, World ID y Worldcoin. Íntimamente enlazados, el primero se basa en un identificador ocular destinado a mejorar la seguridad del internauta en tiempos de deep fake. Advierte el propio Altman que el poder de la IA será tan apabullante que distinguir la voz o el rostro de un humano de los de un impostor virtual será harto complicado. El segundo pretende erigirse en otra criptomoneda de referencia, aunque Altman, hábilmente, ha creado incentivos para que los early adopters de World ID reciban a cambio de donar su identidad cierta cantidad de criptodivisas.

Más importante, de momento, es el otro negocio paralelo, pues en él entran en juego empresas de todos los tamaños con necesidades de inversión muy inferiores a las que exige el diseño y lanzamiento de un gran modelo de lenguaje (LLM). Si Mistral, la referencia europea del sector, ha necesitado 1.105 millones de euros para hacerse un hueco en el mercado; si las cifras de OpenAI (que comercializa otras herramientas como Dall-e-2 y o3) parecen directamente de otro planeta (54.700 millones levantados hasta hoy); colocar una capa por encima del LLM es una misión relativamente asequible, ya que se aprovecha una infraestructura previa (combinando incluso varios modelos de código abierto o de pago), se dictan instrucciones muy concretas que convierten al algoritmo en un instrumento más quirúrgico y especializado, y se acomoda al acervo europeo la política de privacidad.
Así es como surgen los asistentes o copilotos, última expresión de la revolución de la productividad aplicada tanto al trabajo como al ocio. Lo que Kazuo Ishiguro plantea en Klara y el Sol (Anagrama, 2021) es la expresión final de lo que ahora comienza: una sociedad donde cada persona contará con su propio mayordomo, adaptado a sus gustos y necesidades, siempre disponible y convertido en un elemento más del enjambre social. La muestra más llamativa de este carácter no sólo crematístico del ayudante digital es Luzia, el chatbot creado desde Madrid por Álvaro Higes. Aunque no se trate, como en la novela del premio Nobel, de un ser antropomórfico sino de una ventana de texto, Luzia, cuyo avatar es una mujer pelirroja y sonriente, ha evolucionado más allá de las previsiones de la startup, actuando no sólo como un lazarillo al que se pueden formular todo tipo de cuestiones. Los usuarios más jóvenes recurren a Luzia también para confesarse. Se trata, según Higes, de una oscilación generacional. Donde antes el flujo social se articulaba a partir del cara a cara, ahora los Z prefieren parapetarse en la pantalla y huir del juicio ajeno. Un amigo virtual no actúa como juez: escucha, procesa y, desde las matemáticas y la información recabada en internet, contesta con una apariencia de empatía.
A pesar de que la idea es transversal y terminará empapando cada poro socioeconómico, tanto Luzia, que dispone de su propia profesora, como otras compañías tecnológicas orientadas a la educación constituyen la avanzadilla. Smartick, veterana edtech fundada por los andaluces Javier Arroyo y Daniel González de Vega, recurre a la IA para crear un círculo infinito de ejercicios adaptados al alumno, por ejemplo. Ignite Copilot, una iniciativa bastante reciente que lidera Ignacio Aso, aborda el pilotaje desde el otro extremo de la balanza, permitiendo a los docentes de Primaria, Secundaria y FP preparar clases y casos prácticos a una velocidad muy superior a la habitual. Las 15 horas destinadas de promedio a cumplimentar estas tareas quedan así reducidas a cinco. Más ambiciosa todavía es la app (aún no desvelada) que ultiman dos referentes del ecosistema nacional. El off the record sólo permite un esbozo que, esta vez sí, se arrima a la filosofía de los 360 grados en torno a los estudios con un tutor que se acopla como una segunda piel a las particularidades del estudiante. Uno de los fundadores describe el objetivo definitivo de la startup partiendo de un apunte demoledor fraguado entre los estadísticos de EEUU (por primera vez desde que existen registros en el país, la inteligencia media ha decaído). "Nuestro propósito es que ocurra lo contrario: queremos que la humanidad inicie una época donde el cociente intelectual se dispare. Los estudios demuestran que el rendimiento de los alumnos se multiplica cuando disponen de ayuda personalizada".
Impacto en la medicina...Código Rojo funciona como un laboratorio de asistentes virtuales en torno a la medicina. Detrás se hallan GRHeco-Gen y el gallego Adrián Mosquera. Dos advertencias se lanzan al potencial usuario: estos chatbots se han entrenado exclusivamente "para apoyar actividades de investigación científica" y nunca sustituyen el criterio de un profesional. En esencia, se trata de un ChatGPT de la salud agrupado a partir de especialidades y enfermedades, incluidas aquellas más raras sobre las que la literatura es escasa. Mosquera anticipa un futuro donde salvar vidas será más viable que nunca. Si cuatro ojos ven mejor que dos, la proyección que aquí se hace parte de miles de millones de ojos digitales al servicio del doctor.

Recientemente apareció en estas páginas Harmonix, un software que recurre a la IA y los bots para ayudar a los equipos de vendedores en su relación con el cliente. Aquellos peinan todo punto de contacto entre unos y otros, extraen de ahí el petróleo de lo que funciona y lo que falla y ahorran al trabajador la tortura de lidiar con un Excel y una base de datos donde hasta ahora los campos se rellenaban a mano. Toni Pérez, el CEO, comenta la siguiente vuelta de tuerca, a su juicio a la vuelta de la esquina. "De las comunicaciones se saca mucha información. Los agentes autónomos pueden sustituir a las personas donde estas no aportan valor. La mayoría de la gente que llama para comprar un coche o un viaje o ver su suministro de gas puede ser atendida ya por bots. Dentro de poco hablaremos más y más felizmente con máquinas que con personas". Sobrevuela en este párrafo el viraje de la consulta a la transacción.
ChatGPT simboliza, como Luzia o Mistral, una fórmula diferente para buscar pistas en los silos de la red. Esa fórmula reescribirá la esencia misma de los navegadores y de gigantes como Google, cuyo modelo publicitario se verá forzado a una reinterpretación. Pero en la transacción reside el verdadero motor de la revolución. Indicios del panorama que emerge hay varios. Existen empresas fintech con algoritmos entrenados para invertir en nombre del titular de manera más o menos automatizada. Existen operadores de viajes con ciertas capas de personalización para adaptar la ruta al antojo del explorador. Hay propuestas específicas y sofisticadas para abogados (Maite), firmas de ciberseguridad (Maisa) y diseñadores (Freepik), y la IA colonizará poco a poco toda industria y sector con un creciente grado de independencia que permitirá al humano delegar progresivamente todo aquello que no considere vital en cualquiera de los planos que le ocupan.
De haber dudas, estas son filosóficas. Tan furiosa y hambrienta, la digitalización empaña aquello que hace diferente al sapiens. Sucumben la memoria y la inventiva, se constriñe el vocabulario, pierde valor la artesanía como proceso y como producto, desaparece la calidez y en su lugar se interpone una azulada pantalla. Hablan los futurólogos del advenimiento del re-Renacimiento, cuando puede que en realidad sólo se asista a la era del hombre entubado.
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