Cables submarinos: de los pioneros que salvaron el Atlántico a las autopistas de datos de Google y Meta

A mediados del siglo XIX, el telégrafo revolucionó la comunicación humana al permitir, por primera vez, la transmisión casi instantánea de mensajes entre puntos alejados entre sí. Este avance tecnológico no solo acortó la distancia entre ciudades y países, sino que también transformó profundamente el comercio, la política y la vida cotidiana, sentando las bases de la sociedad de la información moderna.
Inglaterra fue pionera en esta tecnología. El primer cable telegráfico se tendió en 1837 y pronto le siguió la primera oferta comercial. Por la misma época, al otro lado del Atlántico, Samuel Morse se alió con el físico Joseph Henry y lograron coronar una línea telegráfica entre Washington y Baltimore en 1844.
La novedad se extendió rápidamente por ambos continentes. En particular, ferrocarril y telégrafo forman parte de la epopeya americana que contribuyó a vertebrar el país de costa a costa. Sin embargo, las líneas de cobre solo iban por tierra firme; el mar representaba un obstáculo casi insalvable para la tecnología de la época. Solo podría superarse lanzando el alambre telegráfico al agua.
Pioneros en el canal de La ManchaEl primer cable submarino unió Inglaterra y Francia a través del canal de la Mancha en 1850. Era un simple conductor de cobre rodeado de una envoltura aislante de gutapercha, con una longitud total de 38 kilómetros. Se tendió desenrollándolo desde un remolcador, el Goliat, que partió de Dover hacia la costa francesa. Tras numerosas peripecias –el cable no se hundía y hubo que lastrarlo con plomo–, se pudo completar la conexión.
El sistema funcionó, aunque con ruidos, crepitaciones e interferencias. En Francia llegaron a recibirse algunas palabras celebrando el éxito de la conexión, pero la satisfacción duró poco: al día siguiente, un pescador enganchó el cable, lo confundió con un metal precioso y lo cortó para llevarse un trozo a casa y revenderlo.
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Los ingenieros pronto descubrieron que un cable bajo el mar no responde igual que uno por tierra. Sumergido en agua salada, se comporta como un condensador eléctrico, que deforma y atenúa las señales rápidamente. Con el tiempo, fue necesario desarrollar toda una nueva tecnología, especialmente, sistemas que regeneraran la señal cada pocos kilómetros y compensaran la capacitancia espuria y las corrientes de fuga a través del aislante.
Al año siguiente se repitió el intento, esta vez, con éxito razonable: Francia e Inglaterra quedaron unidas por un canal de comunicación casi instantáneo. A partir de ahí, el cable se fue extendiendo por otros mares: en 1854, entre Córcega y Cerdeña; después, hacia el norte a Francia y al sur hasta Argelia. Tres años más tarde estaba en servicio un ramal a través del mar Negro, que permitió a Inglaterra comunicarse con sus tropas durante la guerra de Crimea. Otra ambiciosa tentativa por el mar Rojo hasta la India acabó en fracaso.
Ensayo y errorEl siguiente paso, en 1857, fue mucho más ambicioso: cruzar el Atlántico. El proyecto, una operación conjunta entre británicos y estadounidenses, implicaba tender más de 4.000 kilómetros de cable entre la costa de Irlanda y Terranova. Cada país aportó un barco militar modificado para cargar dos enormes bobinas de cable: el Niágara, una fragata americana, y el Agamemnon, un veterano buque británico adaptado al vapor. El rollo de cable del Agamemnon era tan grande que desbordaba la bodega y ocupaba media cubierta, amenazando con desestabilizarlo en mares agitados.
Ambos barcos partieron de Inglaterra, con la idea de empalmar sus respectivos cables en medio del océano y luego separarse en direcciones opuestas. La operación no tuvo éxito: el cable se rompió repetidas veces y hubo que repescarlo, hasta que el mal tiempo y la pérdida de secciones obligaron a cancelar el proyecto tras haber instalado inútilmente poco más de trescientos kilómetros.

Mapa del cable transatlántico de 1858
Dominio públicoEl intento se repitió al verano siguiente, esta vez, con éxito. Europa y América estaban por fin unidas por el telégrafo. Sin embargo, su fiabilidad era limitada: circulaban más órdenes y contraórdenes de mantenimiento que mensajes comerciales. A veces la señal era tan débil que resultaba ininteligible, y uno de los responsables del proyecto, con escasa formación técnica, decidió solventar el problema aumentando el voltaje aplicado al cable a 2.000 voltios. Fue demasiado para la capa de aislante. Al cabo de una semana, el sistema dejó de funcionar, y con él se evaporaron las 300.000 libras invertidas por los accionistas.
Las dudas sembradas por aquel fracaso retrasaron el proyecto atlántico ocho años más, hasta que se intentó de nuevo, siempre bajo la insistencia de un empresario americano, Cyrus Field, verdadera alma de la empresa. En esa ocasión se utilizaría el Great Eastern, el mayor trasatlántico construido hasta entonces. Su explotación comercial había constituido un desastre económico, así que sus propietarios decidieron buscarle otro uso vendiéndolo a la compañía encargada del tendido del cable.

El Great Eastern
Dominio públicoEl Great Eastern podía almacenar 24.000 kilómetros de cable en tres tambores cilíndricos. Funcionaba con vela, hélice y ruedas de paletas, lo que le proporcionaba una cierta maniobrabilidad pese a su tamaño. Su reserva de carbón permitía cruzar el Atlántico un par de veces sin recargar.
El tendido del cable comenzó en el verano de 1865. Tras múltiples percances, tormentas, errores humanos, fallos mecánicos e incluso intentos de sabotaje, la operación terminó abruptamente cuando el cable se rompió y se hundió a 4.000 metros de profundidad, tras haber depositado casi 2.000 kilómetros en el fondo del océano.
Avances técnicosAl año siguiente se repitió la operación, esta vez con pleno éxito. Además, en su viaje de regreso, el Great Eastern pudo recuperar el extremo hundido en el intento anterior y tender un segundo cable hasta Irlanda. Europa y América quedaron así unidas por un doble canal de comunicación que, con suerte, permitía transmitir hasta diez o doce palabras por minuto.
El Great Eastern continuó su labor comunicando países, especialmente, la línea entre Gran Bretaña y la India hasta Singapur, vía Adén y el mar Rojo. Posteriormente fue vendido a diferentes propietarios, sirviendo como palacio flotante, casino y hasta como anuncio publicitario de unos almacenes de ropa en Manchester. Poco antes de finalizar el siglo fue varado y desguazado. Para entonces, la telaraña de cables submarinos ya era una realidad y el telégrafo llegaba a casi todos los lugares civilizados del planeta.
Al principio, cada cable solo conducía mensajes en uno u otro sentido. Posteriores avances técnicos (el sistema dúplex) permitieron utilizarlo a la vez en ambas direcciones. Y, más tarde, otros sistemas (cuádruplex) hicieron que varios mensajes pudiesen circular al mismo tiempo sin interferirse.

Mapa de 1901 de la Eastern Telegraph Company
Dominio públicoAlguno de los físicos e ingenieros que contribuyeron a la hazaña recibieron títulos nobiliarios, como el caso de William Thomson, conocido desde entonces como lord Kelvin. Llegaría a ser uno de los científicos más conocidos del siglo XIX, con una popularidad comparable a la que disfrutarían Albert Einstein, Stephen Hawking o Carl Sagan.
Autopistas de datosEn 1956 se dio un salto gigante con la entrada en servicio del TAT-1, la primera conexión de voz entre Europa y América. Hasta entonces, el enlace era telegráfico o por radio, a precios exorbitantes. El TAT-1 podía conducir 35 conversaciones simultáneas en ambos sentidos, además de señales telegráficas. El uso de materiales modernos –cobre purificado, aislante de polietileno, mallas de refuerzo de titanio y amplificadores electrónicos– lo mantuvo activo hasta 1978.
Los siete primeros cables TAT utilizaban alma de cobre y llegaron a transmitir hasta 10.000 conversaciones simultáneas. El octavo, inaugurado en 1988, introdujo la fibra óptica, que cuadruplicó esa capacidad.
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Para entonces, muchos otros cables recorrían ya el lecho oceánico, cada uno con más capacidad que el anterior. Su longitud se mide en miles de kilómetros, lo que exige reforzar la señal cada 50 o 60 kilómetros. Para ello se utilizan dispositivos basados en efectos cuánticos: segmentos de fibra óptica dopada con erbio (una tierra rara) que, al ser excitados por un láser infrarrojo en un proceso llamado “bombeado”, amplifican la señal transmitida. Este haz láser se envía desde las estaciones terrestres, a través de otra fibra dentro del mismo cable.

El barco René Descartes trabaja en las costas escocesas en la colocación de cable submarino en 2014
Luis RevillaActualmente, existen alrededor de un millón y medio de kilómetros de cable en el fondo de los océanos. Aunque abarcan todo el globo, desde Siberia hasta la Patagonia, hay dos “autopistas” principales de datos: la del Atlántico Norte, entre Europa y la costa este de Estados Unidos, y la de California hasta Japón.
Entre Meta y GoogleGran parte del tráfico ya no es voz ni telegrafía, sino comunicaciones digitales. El cable más capaz conocido hasta la fecha es propiedad de Meta, la compañía de Mark Zuckerberg. Bautizado como Anjana (nombre de un personaje del Ramayana y también de una bruja de la mitología cántabra), parte de Carolina del Sur y entra en Europa por Santander, con unos 7.000 kilómetros de longitud. Por su interior circulan 24 pares de fibras, con una capacidad total de casi 500 terabits por segundo.
Otro es el Grace Hopper, propiedad de Google, que va de Nueva York a Cornualles y termina en Bilbao. Existe, además, un proyecto aún más ambicioso para tender un cable de similares características que dé la vuelta completa al globo (unos 50.000 kilómetros), con el fin de soportar las crecientes aplicaciones de inteligencia artificial.

Proyecto Waterworth de cable submarino
META / Europa PressLos primeros cables se depositaban simplemente en el lecho marino; los modernos suelen enterrarse hasta un metro de profundidad mediante robots excavadores. Aun así, muchos permanecen expuestos y son vulnerables a accidentes o ataques. En febrero de 2024, el carguero Rubymar quedó a la deriva tras ser alcanzado por un misil disparado desde Yemen. Su ancla enganchó y dañó tres cables que unían Europa con la India y los Emiratos.
Cada año se registran más de cien incidentes similares, la mayoría causados por anclas o arrastreros, aunque siempre existe el peligro de ataques deliberados. Algunos de los últimos percances ocurrieron cerca de Taiwán o en el Báltico. Rusia incluso insinuó la posibilidad de atacar cables submarinos como represalia tras la destrucción del gasoducto Nord Stream. En un futuro, y esperemos que hipotético, conflicto, la defensa de estas infraestructuras de comunicaciones puede resultar tan crítica como cualquier operación militar de amplio alcance.
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