Las abuelas de Albacete

Catalunya, como cualquier otro país, está lleno de tópicos que, a base de repetirlos, celebrarlos y regocijarse en ellos han quedado faltos de sentido y han perdido funcionalidad, e incluso han sido olvidados. Uno de notorio es el que reconoce a Catalunya como “tierra de acogida”, como si la población autóctona previa a la llegada de un movimiento migratorio masivo hubiera tenido algún poder de decisión y esperase a los recién llegados con los brazos abiertos. No la tuvo en ningún momento del siglo veinte, como no la tiene ahora.
Hubo en el pasado figuras políticas muy preocupadas por marcar territorio y reclamar una pureza catalana, como las hay ahora. También hubo agentes sociales, partidos y políticos preocupados por sumar desde su inicio. En 1931, por ejemplo, el sevillano Antonio Jiménez, padre de Roger Jiménez, quien fue corresponsal en Londres y Roma y primer defensor del lector de este diario, participó en la fundación de Esquerra Republicana de Catalunya, en representación de los republicanos de la Terra Alta y la Ribera d’Ebre. Su presencia es anecdótica, pero también significativa.
La acogida no es fruto de un milagroso hecho diferencial catalánEn los años sesenta y setenta, la acogida -cuando se dio- tuvo lugar sobre todo en los barrios, de forma literal. Entonces y ahora, la posibilidad de éxito de este proceso depende, en esencia, de la cantidad de personas llegadas, del lapso en que lo hacen y de si la cultura de procedencia es muy diferente a la autóctona. En algunos barrios, las posibilidades laborales y la mejora de la economía permitieron el ascensor social de los descendientes que hoy están en posiciones de responsabilidad impensables para sus padres.
Una calle del barrio multiétnico de Ciutat Vella, en Barcelona,
Llibert TeixidóLos matrimonios mixtos también hicieron lo suyo, y contribuyeron a coser comunidades. Es por ello que esta semana, por ejemplo, oyentes con un acento catalanísimo podían recomendar platos de sus abuelas de Albacete, de Logroño o de Murcia, en el programa Ja tardes! de RAC105. Estos nietos son el resultado de un proceso lento, pero natural, nada fácil, que comienza con el recelo, pasa por la conllevancia y acaba con la aceptación del otro. Y que en el pasado contó con la voluntad de catalanes, muchos anónimos y de clase trabajadora, que se propusieron evitar que las vidas de los recién llegados quedaran desgajadas de las suyas. Y lo hicieron de forma proactiva y al margen de un autogobierno que no tenían.
En estos últimos tiempos esta proactividad parece perdida y, a la vez, silenciada. En el número de mayo de la revista Serra d’Or, la periodista Cristina Gil explicaba en un interesante reportaje la todavía poca presencia de nuevos inmigrantes en las colles castelleres. El país tiene estas y tantas otras herramientas ideales para reunir personas y eliminar el miedo a la diferencia, pero las debiera poner a funcionar de forma activa. La acogida no es fruto de un milagroso hecho diferencial catalán, sino de la comprensión que la mejora vital de la inmigración beneficiará a todos.
lavanguardia