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Cuando gana la abstención, todos perdemos.

Cuando gana la abstención, todos perdemos.

Mañana Portugal celebrará las elecciones legislativas. Según datos de Pordata, en las últimas elecciones a la Asamblea de la República, más del 40% de los electores registrados, en Portugal o en el extranjero, no ejercieron su derecho y deber cívico de votar. Nada amenaza más a la democracia que la abstención. De todos los malos ganadores, la abstención es el peor. Estamos atravesando un período de grandes desafíos democráticos. Más que nunca, la democracia es un activo frágil que necesita protección urgente. Ir a votar es protegerlo: la democracia no existe sin la implicación y el compromiso de los ciudadanos y necesita de todos. Decir democracia es decir inclusión, porque la construcción del futuro convoca a todos y necesita de todos. Construir un país es un esfuerzo de equipo. El sufragio universal, la participación popular en la toma de decisiones políticas, es lo que legitima un Gobierno. Cuanto más gente vote, más representativo será el resultado de los deseos de la mayoría. Permitir que la decisión esté en manos de una minoría es anular el primer significado de la democracia. Votar es tener voz. Se trata de tener una elección. Significa querer participar y ser parte de la construcción de nuestro camino colectivo: significa contribuir al proyecto democrático, que es responsabilidad de todos. Y votar también es una cuestión de conciencia. Es memoria. También votamos para honrar a quienes lo hicieron posible. Yo voto porque Carolina Beatriz lo permitió. Porque Salgueiro Maia lo permitió. Porque mis padres –y mis abuelos antes que ellos– lo permitieron. Voto para honrar a quienes lucharon para que yo pudiera hacerlo. Y voto para garantizar que mis hijas nunca pierdan su derecho a ir a las urnas y hacer oír su voz. Las elecciones son un espacio de absoluta igualdad, uno de los pocos momentos de verdadera paridad: todos los ciudadanos mayores de edad tienen el mismo derecho a votar y a ser elegidos, y su voto vale tanto como el de cualquier otro elector. Es un momento en el que todos los ciudadanos tienen la misma importancia, independientemente de su estatus económico y social, características personales, raza, credo, género u orientación sexual. Un ciudadano, un voto: sin excepciones ni letra pequeña. Ésta es la gran belleza del sufragio universal: en las urnas, todos tienen voz y derecho a utilizarla, y ninguna voz habla más fuerte que las demás. El voto es la manifestación más evidente de nuestra Libertad. Vivir en un espacio democrático es un privilegio, y es imperdonable no merecerlo ni honrarlo. Cuando alguien deja de votar, la democracia se debilita. La abstención no sirve como manifiesto ni como muestra de descontento y es un comportamiento lamentable en un Estado democrático, que vive de la participación de sus ciudadanos. No votar alimenta el populismo y la idea de que no vale la pena ir a las urnas, porque nada cambia. Tenemos una responsabilidad con el cambio, somos parte involucrada en él y el primer paso es cumplir con el deber cívico de votar. Construir una democracia participativa es responsabilidad de todos y uno de los principios básicos para que funcione. La lucha se desarrolla en las urnas, con la pluma en la mano.

Mañana estamos llamados a tomar decisiones muy importantes sobre nuestro futuro colectivo. Hay varias opciones: además de las partidistas, también está el voto en blanco o el voto nulo. Pero quedarse en casa no es una opción. Cada vez que alguien deja de votar, se amputa la democracia. Cuando gana la abstención, todos perdemos. Para mí nadie elige: sé lo que pasamos para llegar hasta aquí.

asbeiras

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