El apagón en las campañas

Sabemos que cada nación tiene el gobierno que merece, donde los políticos terminan cediendo a la tentación de asumirse como un reflejo de la sociedad que somos en un momento determinado. También sabemos lo inevitable que es llegar a los mismos lugares si seguimos los mismos caminos.
Sin embargo, nada justifica la ausencia durante este período electoral de los grandes temas nacionales, aquellos que son esenciales para el futuro próximo, para que podamos hacer de Portugal un espacio territorial competitivo y preparado para afrontar plenamente las graves amenazas internacionales que lo rodean.
Nadie quería estas elecciones, como ya se ha entendido, y la consecuencia será el fortalecimiento de una mayoría parlamentaria que impedirá llevar otra votación a las urnas en un futuro próximo. No dudo de que este deseo inconsciente, presente en la mente de los portugueses, sea legítimo y apropiado. Pero, ya que estamos en campaña, sería mejor aprovechar la oportunidad para analizar nuestras debilidades y profundizar en las propuestas más decisivas. Y eso es todo lo que no está sucediendo.
En lugar de debatir en profundidad la reforma del Estado, la necesidad de acelerar la Economía o de incentivar la Cultura y el patrimonio único del mundo lusófono, los principales partidos optaron por campañas de supervivencia en lugar de audacia, buscando sólo crecer en el electorado de sus vecinos recurriendo a sus banderas.
En este escenario, los incidentes no podían ser diferentes a los que, lamentablemente, ocurrieron en las últimas semanas. El ejercicio político se basó en la especulación, ocultando la falta de ideas en el discurso populista, permitiendo y alentando la judicialización de la política, mezclando peligrosamente poderes que nacieron para ser divididos, imparciales e independientes.
Ésta es la única manera de justificar los inaceptables episodios de las celebraciones del 25 de abril, alentados por esta impunidad institucional, perpetrada por individuos con piel de oveja, que nos recuerdan cómo los extremistas llegan al poder por vías democráticas para finalmente distorsionarlas. Tampoco aportan nada nuevo y recurren a métodos históricos tan a menudo vistos. Se infiltran en la sociedad y sus grupos, y luego atacan cobardemente a sus espaldas, intentando asumir el dominio por la fuerza, con el odio claramente evidente en sus rostros.
Este no es mi país. En mi país democrático nadie ataca el 25 de abril porque la libertad no se puede posponer. Por eso necesitamos personas que hagan la diferencia en materia de paz y estabilidad cuando ocupen los cargos para los que fueron elegidas.
La mejor respuesta a la tiranía es crear, utilizando las palabras como únicas armas, y no permitir la globalización de la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Necesitamos un liderazgo con estas características, capaz de superar nuestra vulnerabilidad, que quedó claramente demostrada en el apagón general. Que el vacío en las campañas no se haga permanente y recordemos uno de los mensajes poderosos de quienes nos dejaron recientemente. Si el miedo puede ser contagioso, el coraje lo es aún más.
Jornal Sol