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La vida activa

La vida activa

“La edad no puede ser una variable de ajuste ni de discriminación”, sostiene Esther Díaz en Una filosofía de la vejez, el libro que recientemente publicó, una apuesta por entrelazar pensamiento y experiencia en un registro que se sitúa entre la crónica, las memorias y el ensayo, a partir del trabajo con la denominada “tercera edad”, desde su propio recorrido vital, en el que no faltan referencias al cine, la literatura, la política y, por supuesto, también la filosofía, para desde ese híbrido genérico promover una vida activa en esta “edad de la libertad”.

El libro transita momentos de crítica al orden capitalista actual, así como una impugnación abierta a otras lógicas de opresión que en otros momentos se ensañaron contra las mujeres (como la Inquisición), mientras rescata excepciones filosóficas en donde las mujeres son protagonistas o en donde no tienen un lugar totalmente condenatorio, a la vez que rescata su propia experiencia desde una autorreflexión aguda y punzante, para salirse (con su escrito y con su propia vida) de los lugares comunes que se les asignan a las personas (sobre todo mujeres) de esta franja etaria. La marca de género es consciente y explícita desde las primeras páginas, en donde la autora aclara que, si bien “hay problemáticas comunes para la vejez independientemente del género, también hay diferencias cruciales”. Por eso habla de las “vejeces”, ya que entiende que hay “diferentes modos de atravesar la etapa más larga de nuestras vidas”. Y desde esa perspectiva situada escribe.

El lector, la lectora, se podrán topar en este trabajo con relatos en primera persona sobre un autoerotismo practicado arriba de un taxi o un “revolcón” con un hombre recién conocido en una excursión, así como una reivindicación de la vida activa de las multitudes que cada miércoles, siguiendo las sendas trazadas por figuras como las de Norma Pla, protagonizan las protestas frente al Congreso de la Nación, así como el repaso por el modo en que Platón, Foucault o Simone de Beauvoir se refieren en sus obras filosóficas a esta etapa de la vida, que la autora insiste en sacar de los sitios en que suele ser colocada (mayormente condenatorios por considerarse “inactiva”) para resituarla en el lugar de posibilidad de sostenimiento de una vida “espabilada”, en la que se pueda bailar, entrenar, estudiar, cantar, movilizarse, prestando atención a las limitaciones, pero en vistas de ampliar los márgenes de autonomía.

Frente al “liberalfascismo” que “enviste” contra las vejeces (en clara sintonía con el “primer zarpazo neoliberal” y la posmodernidad “cínica, desvergonzada y descarada”), Esther Díaz alza su voz reivindicando una “libertad subjetiva”, la que –asume– debe acompañársela con un reconocimiento de libertad objetiva (el “reconocimiento de los derechos” que conduzcan a la “justicia social”). Por eso, lejos de descartar ese antiguo y bello concepto, atravesado de luchas por darle significación, esgrime su grito de combate: “¿Nos consideran clase pasiva? ¡Vean qué activas somos las vejeces del tercer milenio! ¡Somos libres!”.

Una filosofía de la vejez

Autora: Esther Díaz

Género: ensayo

Otras obras de la autora: Filósofa punk. Una memoria; Problemas filosóficos; Entre la tecnociencia y el deseo; La sexualidad y el poder; Lengua de loca

Editorial: Sudamericana, $ 25.000

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